martes, 18 de agosto de 2015

El Hombre del Taburete


    La noche estaba espesa, cortante y húmeda a causa de la cercanía del mar, contagiada por la atmósfera caliente del agosto. Mi amiga tiene problemas y quiere ahogar sus penas en alcohol, como suele decirse, y suplica que le acompañe a divertirnos juntas.

    No se lo digo, pero viene haciendo rato que tengo una rara sensación, algo que palpita en el ombligo y resuena con pitidos en la sien. Siempre que la siento ocurre algún disparate en mi presencia, cuando no, un trágico accidente.


    Entramos en la sala de fiestas, una multitud de gente la llenaba y las luces de los focos proyectaban tubos incandescentes en el centro de la sala. Enseguida los ojos condujeron mi mirada hacía un hombre relativamente joven. Sentado en un taburete frente a la barra sosteniendo un grueso vaso de licor y absorto en deberes mal hechos o resueltos. Tiene mirada cansina, de resignación, o simplemente de aceptación. El alcohol está siendo libado y entrando en su organismo en forma de ejecutor.

          No quiere hacer daño, pero sabe que en cualquier momento se cabreará con lo que le venga. Hoy siente que algo va mal.

    Muy cerca, grupos en discordia se cantan las cuarentas en tono poco formal. Un poco más lejos dos gallardos mozos parecen estar disputándose a una atractiva mujer. Allá, en un rincón, dos corpulentos jóvenes baten puños entre ellos. Hay en general, un ambiente enardecido, de agresividad. Una de esas noches en las que parece que has perdido el control de toda situación y te mueves por inercia del entorno.

    Primero presiento, luego veo que en una zona de la discoteca, concretamente en la ocupada por los díscolas y el hombre del taburete, junto a las rencillas, penas y malestares de algunos, unas nubecillas oscuras como si fueran volutas de humo que se van moviendo y uniéndose entre ellas. Son la energía negativa que ha producido la gente en el ambiente. Formas que se están juntando para fortalecerse y formar una onda grupal, y así, potenciar su efecto sobre la causa. Es negativo, ¡muy negativo!! Y no me sale ni temblar de pánico, pues ya conozco de qué puede ser capaz.

    Aquella energía se está arremolinando y acercando cautelosa en dirección al hombre del taburete. Percibe en él, más debilidad que en el resto.

          Esa noche ha sido el elegido.

    Ha llegado hasta el pobre ejecutor de sus designios, le rodean por completo y está siendo absorbida por sus miedos a la vida, se está alimentando de ellos. En esa voraz energía va incluida miedos de los seres disconformes que están dentro del recinto, vampiros de energía que se recargan con la de los demás en su forma más primaria e inconsciente.

    El hombre del taburete vacía uno tras otro el licor del vaso y su expresión sigue siendo abstraída. La energía negativa de los otros comienza a apoderarse de su debilidad y sin pensarlo, coge y comienza a juguetear con un cuchillo que el camarero ha dejado olvidado en la barra después de cortar limón.

    Con un impulso de intuición gira la cabeza y sus ojos se topan con una alegre pareja que acaba de entrar.

    La conoce, ¡es ella!! La maldita que le ha dejado por otro hombre, ¡no soporta verla feliz sin él! Una rojez intensa le cubre el rostro y el cuello. Los pensamientos se están descontrolando, no puede pensar por sí mismo y otros lo están haciendo por él. Se acerca a ella tambaleándose por entre  la multitud y, sin mediar palabra, le asesta a la que fuera su mujer una mortal puñalada en el abdomen.

          Junto a ella quedó paralizado, el hombre del taburete, perplejo y con las manos manchadas de una sangre que sigue limpia por las venas de los hijos de ambos. 

Y su miedo ha engordado.  

Y los que fueron a festejar, están serenos. 

Y así actúa a veces la mala energía, la negativa, la que enviamos o la que recibimos.

Y eso que se siente, piensa, se desea o expresa, toma una dirección y una presa por el camino.

Y siempre,  NADA ES, LO QUE PARECE SER.




Mila Gomez




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