miércoles, 9 de marzo de 2016

Ensueño de un Bandolero (Parte VII)



            Venía a por picadura para la pipa, ¡y heme aquí lo que encuentro! Dos ladronzuelos dispuestos a llevarse la salud de Blas, mi hijo pequeño.

            Tomás en su indignación habló dirigiéndose a ella, por lo que se le pasó por alto el trabuco con el que Pascual le apuntaba, que no dudó en aprovechar la seguridad que le confería un arma en las manos, para advertirle.

            ─ Para su conocimiento le diré, que no soy un ladrón cualquiera, los que me conocen saben que no me ando con chiquitas, tenga cuidado con lo que dice.  Por de pronto no tengo intención de hacerle daño, ahora, hágame el favor de sentarse. Le señaló la silla más cercana.

            Tomás obedeció. Pascual pidió a Teresa le trajera los cordeles de las cortinas, con ellas ató al respaldo de la silla las manos del susodicho.

            ─ Es posible que se le ocurra gritar, el auxilio tendría que hacerlo muy alto para ser escuchado, no obstante, me cuidaré de taparle la boca con este pañuelo que le sobresale del bolsillo de la chaqueta tan finamente, nosotros seguiremos recogiendo sus pertenencias.
Sentenció el rufián.  

            ─ ¡Quieto!, no lo haga. Aconsejó Tomás. ─ ¿Quiere saber antes con quién se va a emparentar? Usted, un hombre maduro, sensato quizás, no querrá dejarse engañar por una frívola mujer.

            ─ No precisa decir nada, ahórrese las críticas, la conozco lo suficiente para quererla con lo que lleve encima, incluido su hijo, que por cierto, también es suyo. ¿O eso lo va a negar?

            Antes de contestar, Tomás rió de buena gana enseñando sus blancos dientes.

            ─ ¡Lo ve hombre!, por ahí empezaré. Ese pobre niño nació prematuro y murió por falta de desarrollo a los pocos meses. Y créame que lo sentí de verdad.

            La tensión estaba servida con la respuesta. Tomás dejó que hiciera efecto en Pascual. Poseídos por la curiosidad  los dos miraban al turbado gesto de la mujer, que, resuelta, desvió hacia otro lado su vergüenza descubierta. Sabiendo que tendría que dar explicaciones, les encaró la mirada con regio porte y exquisita trapacería, dirigiéndose orgullosa a Tomás.

             ─ No hace falta airear el pasado, todos tenemos cosas que ocultar. Y lo que sabe éste hombre de mí, es lo que vale por ser verdad. ¿A santo de qué va a creerle a usted? Mi hijo podría seguir sano, viviendo con mi hermana y a usted tenerle engañado con su paradero, además, pronto lo veremos. ¿No es cierto querido? Dirigió su mirada a Pascual, que sin dejar de mirarla no contestó, ni movió un solo músculo de la cara.

            ─ No digas patrañas, el hombre que te acompaña es cabal, se le nota.

            Teresa saltó ofendida, tuteándolo.

            ─ ¿Cabal? ¡Y te está robando!, que gracia tienes. Nos estás haciendo perder el tiempo. Pascual, tápale la boca y continuemos, se nos hace tarde. Ordenó tajante.

            ─ Antes, voy a dar a los dos la oportunidad  de contarme la historia en dos versiones, ya decidiré cual creer, si por casualidad comenzamos  una vida juntos, lo quiero todo claro. A lo mejor te dejo aquí atada con él y me largo yo solo con el dinero. Comience usted, don Tomás.

Continuará...
Parte Ocho



Mila Gomez. 

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