viernes, 13 de octubre de 2017

El Juicio


          Según tradición y creencias, el espíritu del faraón Abasi fue guiado por el dios Anubis  ante el tribunal de Osiris  compuesto por 42 jueces encargados del interrogatorio  tal y como establecía las reglas del ritual. 


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El Juicio. Segunda parte


 

Y Mágicamente extraído el corazón del enjuiciado lo colocaron en un platillo de la balanza contra la diosa Maat exhibida  en pluma de avestruz, encarnando la verdad y la justicia. 


Si toda respuesta a las preguntas sobre su vida como faraón y hombre eran de impecable obrar y moralidad, pluma y corazón permanecerían en equilibrio y Abasi gozaría de vida eterna para el recuerdo de la historia como un dios, con superior bienestar colmado de paz y armonía. De caso contrario sería olvidado y enviado al inframundo en donde padecería una eternidad de castigo.


El fingimiento no tenía cabida en el juicio de Osiris siendo que Abasi tendría que responder sin omitir ninguna clase de conducta.  Una vez respondido a una larga lista de apuntes, Abasi juró no haber cometido pecado y recitó oraciones de "El Libro de los Muertos" entretanto el amanuense va anotando resultados del peso del corazón. 

 

Ω  La balanza de la justicia seguía sin alcanzar el punto de equilibrio.


Resumen De la censura más pesada de Abasi:

La historia en sí de la figura semidivina  que se está juzgando de cuyo corazón no daba señales de impecabilidad puesto que pesaba en demasía, fueron las respuestas  sobre su hábito habido con las mujeres que conoció. Mantuvo en muchas de sus relaciones trato dominante, vejación y abuso sexual verbal físico y psicológico. Algunas viviendo humilladas en privado o públicamente. 


Después de su primera Gran Esposa Real, esta fue sustituida por cinco que sin el mismo rango  cumplieron el papel de fieles compañeras complacientes y enamoradas. En el transcurso que duró sus doce años de reinado pasaron por sus manos y órganos noventa mujeres de preferencia esbeltas jóvenes de las cuales buen número  sin deshonrar. Treinta hijos repudiados sin importar desolador destino. Madre que osaba vengarse era expuesta como embustera y codiciosa entre otros adjetivos nada halagüeños. Abasi permitía al resto de súbditos humillarla sin sufrir castigo. Algunas altaneras y molestosas reconocidas como hechiceras, ordenaba desterrar lejos de la isla Elefantina así como a hijos y familiares.
Resumiendo A las aludidas citaciones:
Abasi confesó como pesado:
Ω  La mayoría de mujer que conocía recordaba mi posición para tomarla. Inspiraban con capricho y deseo las jóvenes menos tratadas y las de inocente mirada que exhibieran exuberantes senos convidando al regocijo. Fascinadas por mi idiosincrasia dócilmente son llevadas a una estancia. Evadiendo la vista de mis ojos van despojándose del ropaje. Desnudo e imitando a la ternura las dirijo al lecho.  A mi disposición, entretengo frotando sus pechos igual si se trataran de rollizas ubres de una ternera, libando sus oscuros y espigados pezones esperando saliera leche materna. Marcando con dientes y uñas esa piel tersa ofrecida tal si fuera gato en celo. Escuchar sus gemidos encubiertos de gozo excitaba al punto de coger un látigo con el que fustigar la tibieza de sus carnes para después de esparcir en ellas, agradezcan el buen saciar permitiendo besaran mis manos. Cachetear  con brío sus prietas y cándidas nalgas llenaba con tal delirio que las adentraba con verdadera lascivia sin importar sus mitigadas voces de dolor. El sentimiento  ambiguo que sacudía, en ocasiones apremiaba complacer de nuevo a la esencia afrodisiaca mientras las jóvenes tragaban palabras y lágrimas. Buscaban mis salivados labios tanteando de introducir su lengua para aplacar el salvaje instinto con que las cohabitaba, rechazando el gesto por aumentarme el placer de su agonía. En recompensa a la fogosidad las provocaba a jugar con mi lengua aumentando la excitación. Agradable y voraz fuego en mi interior cuyo simple deseo era sofocar brasas candentes aún presentes dentro del viril miembro.

Con algunas mujeres repetía e incluso en orgías en las que se incluían hombres estas servidoras de diversión. Algunas tuvieron la honra de enamorarse del rey que las poseía, es entonces que mi inapetencia por esas descendía hasta repeler su descaro y tomarlas si no deseaba a la que tenía enfrente. A las imprudentes madres reclamándome la paternidad de sus vástagos, aún seguro de ello, junto a toda su estirpe desterraba lejos de mi reinado. Reconozco que fueron  muchas a las que causé un dolor irreparable, pero nunca me importó.   
Abasí confesó como ligero:

Ω  Era rey,  dios, gran Abasi, con poder absoluto para hacer o deshacer, amo de súbditos bienes y leyes. Obré correctamente por ese permiso como figura semidivina y creencias religiosas que sustentaba de antepasados. Era razonable, legal tener a cuanta mujer quisiera y hacer uso de ella según apetencia. Después de la Gran Esposa Real con las cinco con las que conviví tuve gentilezas para con ellas quedando complacidas en los festejos y encandiladas con mi generosidad y servicios maritales, aunque recibieran alguna presión siempre quedaron conformes. Los hijos e hijas con los que fui obsequiado algunos fueron legitimados y suficiente consentidos, a los otros entregué a familias adecuadas.


Ω  Sin embargo el corazón seguía pesando en su contra.  


Abasi confesó como pesado:

Ω   La de sangre real que me enamoró por sus bellos ojos color esmeralda la distinguí  Gran Esposa Real y me concedió dos varones el primogénito sucesor del trono. Pero ese dulzón pegajoso que tanto le gustaba y pedía acabé aborreciendo, causante de una patética rutina y alejamiento de mi estima hasta sustituirla. Dolorida, conformada, le prometí que ninguna mujer ocuparía su cargo de guardiana y protectora del país al lado de mi trono. Es cierto, lo hice porque no conocía mejor modelo en la comunicación del linaje y la necesitaba en los acontecimientos de consiguiente finalidad. Y esos ojos de piedra verde tan serenos como el olvido nunca vi en mujer igual. 

Abasi confesó como ligero: 
Ω  Realicé bien el papel de faraón en el Alto Egipto ganando muchas batallas. Como varón necesitado de placer sosegué mis ansias con los modales que me convenían y dictaba la ley, la infidelidad estaba permitida. El atractivo y los ropajes de lino hablando de trasluz, las ornamentaciones de pedrería con amuletos  último diseño y maquillado los ojos paseando como quien era, sin remedio atraía a mujeres de toda sangre. ¿Cómo podía negarme al encanto de las más jóvenes y bien dotadas educadas para complacerme? Y esa exquisita cerveza fresquita servicialmente servida hacia bien su labor de estimulante. 

Si mi condición y conducta no fue lo suficientemente honrosa, a favor adjunto que una de ellas me embaucó para residir como sustituta de la cuarta compañera a base de maleficios y artimañas malévolas. Pero al enamorarse alocadamente, que yo continuara con festejos carnales obviando sus encantos la produjo los mortíferos celos que enviaron hasta el Gran tribunal de Osiris sin ser mi hora.

Continuará....

Para leer la Tercera parte

Mila Gomez.




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